jueves, 11 de junio de 2015

DEVARIM 9: No es por tu justicia


En este capítulo, Moisés vuelve a recordar a los israelitas que ellos van a entrar a una tierra ya habitada…
(Deu. 9:1-2) Oye, Israel: Hoy vas a pasar el Jordán para entrar a desposeer a naciones más grandes y más poderosas que tú, ciudades grandes y fortificadas hasta el cielo, un pueblo grande y alto, los hijos de los anaceos, a quienes conoces y de quienes has oído decir: ¿Quién puede resistir ante los hijos de Anac?

Los habitantes de la tierra de Canaán no eran hombres comunes ni corrientes.  Muchos de ellos eran gigantes, tal como los anaceos (Deu. 2:11,21).  En términos naturales, los israelitas llevaban las de perder, ya que los cananeos eran pueblos más grandes y poderosos.  Moisés les recuerda esto, no para meterles miedo sino para que no se olviden que es Dios quien les ayudará en la conquista.  Aunque los otros pueblos sean más fuertes, y aún gigantes, el Señor les dará la victoria.
(Deu. 9:3)  Comprende, pues, hoy, que es el SEÑOR tu Dios el que pasa delante de ti como fuego consumidor. El los destruirá y los humillará delante de ti, para que los expulses y los destruyas rápidamente, tal como el SEÑOR te ha dicho. 

Esto también se aplica a nosotros el día de hoy.  A veces las pruebas o problemas de la vida nos parecen insuperables, pero si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Romanos 8:31).

NO ES POR TU JUSTICIA
Otro punto que Moisés quiere dejar claro es que la entrega de la Tierra Prometida a los israelitas no se debe a que “ellos lo merezcan”, sino porque Dios así lo dispuso.
(Deu. 9:4)  No digas en tu corazón cuando el SEÑOR tu Dios los haya echado de delante de ti: Por mi justicia el SEÑOR me ha hecho entrar para poseer esta tierra, sino que es a causa de la maldad de estas naciones que el SEÑOR las expulsa de delante de ti. 

Los cananeos fueron expulsados de la Tierra Prometida, no porque los israelitas venían en camino para desplazarlos sino porque la maldad de estos pueblos había llegado al colmo.  Si los cananeos hubieran dejado sus costumbres perversos y se hubieran sometido a Yehová, probablemente ellos hubieran cohabitado con los israelitas, tal como lo hizo Rahab, la mujer que ayudó a los espías israelitas (Josué 6:17).  Pero los cananeos no reconocieron a Dios, y se pervirtieron, y por eso la Tierra los expulsó a causa de su maldad. 

Los israelitas deben entender esto para no creerse superiores ni “merecedores”.
(Deu. 9:5-6)  No es por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón que vas a poseer su tierra, sino que por la maldad de estas naciones el SEÑOR tu Dios las expulsa de delante de ti, para confirmar el pacto que el SEÑOR juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.  Comprende, pues, que no es por tu justicia que el SEÑOR tu Dios te da esta buena tierra para poseerla, pues eres un pueblo de dura cerviz. 

Este principio también tiene una clara aplicación espiritual: Nadie puede ganarse la salvación por mérito propio.  La justicia propia no nos “gana el Cielo”, pues “no hay justo, ni aun uno” (Rom. 3:10).  La salvación es sólo por mérito de Jesús (heb. Yeshua), quien murió en la cruz para pagar por nuestros pecados. 
(Tito 3:5-7)  El nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que El derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna.

(Gálatas 2:16) sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley,  sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo,  para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.

Una de las explicaciones más claras de este punto lo escribió Pablo en su carta a los romanos:
(Romanos 3:20-26)  ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.  Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios,  testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.  Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. 

Aquí Pablo también, al igual que Moisés, nos dice a los creyentes: “No creas que es por tu justicia”.
(Rom. 3:27-31) ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley?  ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos?  ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.  ¿Luego por la fe invalidamos la ley?  En ninguna manera, sino que confirmamos la ley.

Queda claro que la salvación viene por fe y no por obras; pero luego de ser salvos, el Señor espera que seamos obedientes a Él. 
(Romanos 6:15-18)  ¿Entonces qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! ¿No sabéis que cuando os presentáis a alguno como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados; y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia.

La salvación viene por fe, para que la gloria sea para Dios.  Luego viene la obediencia, porque ya somos hijos de Dios, y como tales debemos vivir como El manda.
(Efesios 2:8-10)  Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.  Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Volviendo a Deuteronomio…Moisés dejó claro que los israelitas recibirán la Tierra Prometida, no porque la “merezcan” sino por la gracia de Dios. Para hacer más efectivo su punto, Moisés hace un recuento de varias instancias en las que Israel le falló a Dios en el desierto…

ISRAEL FALLÓ EN EL DESIERTO
Moisés da a los israelitas una dosis de realidad: los lleva a recordar que ellos no son perfectos, pues le fallaron a Dios en varias ocasiones en el camino del desierto…
(Deu. 9:7)  Acuérdate; no olvides cómo provocaste a ira al SEÑOR tu Dios en el desierto; desde el día en que saliste de la tierra de Egipto hasta que llegasteis a este lugar, habéis sido rebeldes contra el SEÑOR. 

Hay una doble orden: “acuérdate”, “no te olvides”.  No deben perder de vista que recibirán la Tierra Prometida, no porque la merezcan sino porque es la voluntad de Dios. 

¿De qué deben acordarse y no olvidar?  A continuación, Moisés menciona los lugares en donde los israelitas provocaron a ira al Señor:
·      En Horeb
·      En Masah
·      En Tabera
·      En Kibrot-hataava
·      En Cades barnea

a.  en Horeb (también conocido como el Monte Sinaí)
Allí los israelitas le fallaron a Dios, haciendo una falsa imagen de Él en la forma de un becerro de oro…
(Deu. 9:8-12)  Hasta en Horeb provocasteis a ira al SEÑOR, y el SEÑOR se enojó tanto contra vosotros que estuvo a punto de destruiros. Cuando subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que el SEÑOR había hecho con vosotros, me quedé en el monte cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua. Y el SEÑOR me dio las dos tablas de piedra escritas por el dedo de Dios; y en ellas estaban todas las palabras que el SEÑOR os había dicho en el monte, de en medio del fuego, el día de la asamblea. Y aconteció al cabo de cuarenta días y cuarenta noches, que el SEÑOR me dio las dos tablas de piedra, las tablas del pacto.  Entonces el SEÑOR me dijo: Levántate; baja aprisa de aquí, porque tu pueblo que sacaste de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les había ordenado; se han hecho un ídolo de fundición. 

No habían pasado ni dos meses desde que el pueblo había confirmado el Pacto con Dios de obedecer, y ellos le fallaron a Dios.  Pensando que Moisés había muerto, ellos hicieron una falsa imagen de Dios, en la forma de un becerro de oro, lo cual infiringía uno de las primeros mandamientos que Dios les dio (Exo. 20:4-5).  Los israelitas merecían un castigo por tal pecado, y así se lo hizo ver a Moisés… 
(Deu. 9:13-16)  También me habló el SEÑOR, diciendo: He visto a este pueblo, y en verdad es un pueblo de dura cerviz.  Déjame que los destruya y borre su nombre de debajo del cielo; y de ti haré una nación más grande y más poderosa que ellos.  Y volví, y descendí del monte mientras el monte ardía en fuego, y las dos tablas del pacto estaban en mis dos manos.  Y vi que en verdad habíais pecado contra el SEÑOR vuestro Dios. Os habíais hecho un becerro de fundición; pronto os habíais apartado del camino que el SEÑOR os había ordenado. 

El pueblo le falló a Dios, y por eso Moisés rompió las tablas del testimonio del Pacto.  Aunque no lo merecían, Dios los perdonó cuando se arrepintieron.
(Deu. 9:17-19)  Tomé las dos tablas, las arrojé de mis manos y las hice pedazos delante de vuestros ojos.  Y me postré delante del SEÑOR como al principio, por cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua, a causa de todo el pecado que habíais cometido al hacer lo malo ante los ojos del SEÑOR, provocándole a ira.  Porque temí la ira y el furor con que el SEÑOR estaba enojado contra vosotros para destruiros, pero el SEÑOR me escuchó también esta vez. 

A continuación, Moisés también mencionó otros lugares donde fallaron a Dios…
(Deu. 9:22)  Nuevamente, en Tabera, en Masah y en Kibrot-hataava, provocasteis a ira al SEÑOR. 

b.  en Masah
En este lugar, los israelitas no encontraron agua para beber.  En lugar de pedir humildemente, ellos se pelearon con Moisés y desearon nunca haber salido de Egipto.  El texto dice que los israelitas “tentaron a Dios”, que también se puede traducir como “lo pusieron a prueba”; en otras palabras, ellos no creyeron en Dios. 
(Exodo 17:7)  Y llamó el nombre de aquel lugar Masah y Meriba, por la rencilla de los hijos de Israel,  y porque tentaron a Jehová,  diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?

c.  en Tabera
Otro lugar donde el pueblo se quejó contra Dios fue en Tabera…
(Números 11:1-3) Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento.  Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió. Y llamó a aquel lugar Tabera, porque el fuego de Jehová se encendió en ellos.

Aunque no se menciona la causa de la queja, entre líneas se puede deducir quiénes se quejaron…
El texto sñala que el castigo descendión sobre “uno de los extremos del campamento”.  “Extremo” en hebreo es: Ketsé, que también se puede traducir como: borde, confin, límite, orilla.  Los israelitas estaban asentados alrededor del Tabernáculo, y quien vivía a orilla del campamento eran los extranjeros que se unieron a Israel.  En los siguientes versículos vemos de lo que se quejaron los extranjeros…
(Números 11:4-6)  Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne!  Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos.

Esta queja contaminó a todo el pueblo de Israel, y vemos las consecuencias en lo que pasó a continuación…

d.  en Kibrot HaTaava
No sólo los extranjeros, sino también los israelitas se quejaron por la comida que Dios les daba.  En lugar de estar agradecidos por tener comida gratis y constante, comenzaron a desear otras cosas.

Este es el clásico ejemplo de no estar agradecido por lo que uno tiene.  Siempre se desea tener más, y no hay contentamiento.  La falta de agradecimiento es equivalente a decir que lo que Dios nos ha dado no es suficiente.

No leeremos toda la historia porque es larga (Num. 11:4-35), pero veremos la conclusión de lo que pasó allí.  
(Num. 11:31-34)  Y salió de parte del SEÑOR un viento que trajo codornices desde el mar y las dejó caer junto al campamento, como un día de camino de este lado, y un día de camino del otro lado, por todo alrededor del campamento, y como dos codos de espesor sobre la superficie de la tierra.  Y el pueblo estuvo levantado todo el día, toda la noche, y todo el día siguiente, y recogieron las codornices (el que recogió menos, recogió diez homeres)*, y las tendieron para sí por todos los alrededores del campamento.  Pero mientras la carne estaba aún entre sus dientes, antes que la masticaran, la ira del SEÑOR se encendió contra el pueblo, y el SEÑOR hirió al pueblo con una plaga muy mala.  Por eso llamaron a aquel lugar Kibrot-hataava, porque allí sepultaron a los que habían sido codiciosos.

*Nota: un homer es equivalente a lo que una persona puede comer en un día.  Ellos recogieron diez veces más.  Sin refrigeración, eso seguramente iba a descomponerse con el calor del desierto.  Además de la codicia, esto era una señal de avaricia.

Kibrot es el plural de Kever, que significa: tumba o sepulcro
Taava significa: anhelo, deseo
La Biblia traduce Kibrot-hataava como: “sepulcro de los codiciosos”.

d.  en Cades Barnea
Otro lugar que Moisés mencionó es Cades Barnea, que queda en la frontera al sur de la Tierra Prometida. 
(Deu. 9:23)  Y cuando el SEÑOR os envió de Cades-barnea, diciendo: Subid y tomad posesión de la tierra que yo os he dado, entonces os rebelasteis contra la orden del SEÑOR vuestro Dios; no le creísteis, ni escuchasteis su voz. 

Estando a las puertas de la Tierra Prometida, los israelitas no entraron porque no creyeron en Dios.  Esa generación murió en el desierto. 

Moisés le recuerda todo esto a la Nueva Generación para hacerles ver que Israel no es perfecto ni merece nada.  En realidad, los israelitas merecían ser destruidos en el desierto porque se rebelaron demasiado contra Dios.  Sin embargo, no fueron destruidos porque hubo arrepentimiento y Moisés intercedió por ellos. 
(Deu. 9:24-25)  Vosotros habéis sido rebeldes al SEÑOR desde el día en que os conocí.  Entonces me postré delante del SEÑOR los cuarenta días y cuarenta noches, lo cual hice porque el SEÑOR había dicho que os iba a destruir. 

En última instancia, Dios le dio la Tierra a Israel porque Él lo había prometido, y no porque Israel lo mereciera. 
(Deu. 9:26-29)  Y oré al SEÑOR, y dije: Oh Señor DIOS, no destruyas a tu pueblo, a tu heredad, que tú has redimido con tu grandeza, que tú has sacado de Egipto con mano fuerte.  Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires la dureza de este pueblo ni su maldad ni su pecado.  De otra manera los de la tierra de donde tú nos sacaste dirán: Por cuanto el SEÑOR no pudo hacerlos entrar en la tierra que les había prometido y porque los aborreció, los sacó para hacerlos morir en el desierto.  Sin embargo, ellos son tu pueblo, tu heredad, a quien tú has sacado con tu gran poder y tu brazo extendido.

Moisés no sólo pensó en el pueblo de Israel, sino en el Nombre de Dios.  Él quedaría mal si Su Pueblo fuera destruido en el desierto.  Este es un tema que también trata el profeta Isaías…
(Isaías 48:9-11) Por amor a mi nombre contengo mi ira, y para mi alabanza la reprimo contigo a fin de no destruirte.  He aquí, te he purificado, pero no como a plata; te he probado en el crisol de la aflicción.  Por amor mío, por amor mío, lo haré, porque ¿cómo podría ser profanado mi nombre? Mi gloria, pues, no la daré a otro.

Para terminar con broche de oro, leamos lo que escribió Isaías unos versículos más adelante, lo cual va de la mano con el mensaje total del libro de Devarim…
(Isaías 48:17-18)  Así dice el SEÑOR, tu Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te enseña para tu beneficio, que te conduce por el camino en que debes andar.  ¡Si tan sólo hubieras atendido a mis mandamientos! Entonces habría sido tu paz como un río, y tu justicia como las olas del mar.



*  Más lecciones de Deuteronomio: DEVARIM (Deut.)

*  Clase de Biblia en audio: DEVARIM AUDIO


2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. DEVARIM (en hebreo) significa: "palabras"
      Es el nombre hebreo para el libro de Deuteronomio. Lo explico con más detalle en la introducción, que puede encontrar en el siguiente enlace:
      http://estudiobiblia.blogspot.com/2015/04/devarim-introduccion.html

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